miércoles, 15 de julio de 2009

Vivir con virus y lluvia. Por NIDIA GARCIA

Vivir con virus y lluvia.


Hace algo más de un mes, el nombre del virus se hizo familiar a nuestros oídos. Y poco a poco, una se fue imaginando la historia de que el bichito nació –chiquitito-, allá por tierra de mariachis, pero pronto empezó a caminar… se hizo nene, adolescente, mayor de edad, cruzó la frontera y avanzó sin pedir permiso. Y las palabras “gripe porcina”, “virus porcino”, “influenza A”, “gripe A”, “virus H1N1” pasaron a formar parte de nuestro vocabulario cotidiano.

En simultáneo con el bombardeo de los medios, comenzaron a llegar también los cierres. Con el de las escuelas, universidades y oficinas públicas, nos sorprendieron las vacaciones forzosas… Y al mismo tiempo, como quien dice “éramos pocos y…”, apareció la lluvia. Interminable… con sol, sin sol, con viento, sin viento, con truenos, sin truenos, llovizna intermitente, llovizna continuaaaaaaaaaaaa.

Y acá estoy en el duodécimo día que llevo sin salir de casa. Porque, para colmo de males, formo parte del tristemente famoso “grupo de riesgo”.

Si por lo menos pudiese caminar, porque es la única salida posible sin riesgo de contagio. Pero no…AFUERA LLUEVE.

Llamar a alguien para compartir un mate no se puede; ir de visita, menos; comer afuera o salir de compras es riesgoso. Y como “hay que evitar la aglomeración en lugares cerrados”, según aconsejan los que saben, cerraron los cines y teatros.

Sin otra alternativa, comencé primero con todo lo que se puede hacer bajo techo. Hoy los placares están ordenados y ventilados. Los pisos, brillantes. La heladera, impecable. Las paredes, sin telaraña. Las alacenas, limpias. Los papeles viejos, llevados por el basurero. La ropa, lavada, planchada y guardada. Como nunca.

Con el correr de los días, los últimos libros que quedaban por leer se terminaron. Revisar el correo o responder algunos se hizo rutinario. La TV o la radio, aburridas. Y como para romper con la monotonía, con bares, boliches y pubs cerrados, comenzaron a llegar los chicos que estudian afuera. Por supuesto que al entrar, rigurosamente debieron pasar por el baño (no sea cosa que vinieran “emporcinados”, valga el neologismo).

Aunque los jóvenes tienen la opción de los encuentros con amigos (con cuidados rigurosos, eso sí), el aburrimiento ahora se multiplica por cuatro. Y la convivencia empieza a tener dificultades. Lo que antes era un amable “no, mi amor, no fue así” pasó a ser un brusco “qué sabés vos”. Con roces a cada rato, a pesar de los continuos pedidos de disculpa.

Para completar el cuadro, las noticias sobre los familiares enfermos no se hicieron esperar.

Ayer bajé la caja de fotos y la dejé a mano en el living. Después de agotar todo lo que había que cocinar, limpiar, ordenar, guardar, planchar, ventilar, lustrar, pasé la tardenoche con la mente en el pasado. Acompañada de un mate solitario, hice un repaso tratando de reconstruir cada momento, cada cumpleaños, cada paseo, cada encuentro, cada lugar. Tampoco pude evitar encontrarme con muchos que ya no están. Entonces pensé que la vida es un continuo suceder de momentos; algunos felices, otros no tanto. Y como la mayor parte de ella la pasamos a las corridas (instantes que no quedan plasmados en las fotografías, justamente), lo realmente valioso lo constituyen aquellos momentos en los que andamos lentos o nos detenemos. Y como todo tiene un final, “siempre que llovió paró y salió el sol” y toda “des-gracia” trae abundantes gracias, es bueno atravesar este tiempo que se nos impone, como un regalo, con placer: haciendo todo lo que nos hace felices y que se pueda hacer en vacaciones, con virus y con lluvia, pero sin miedo y con paz y mucho amor.



Nidia
10 de julio de 2009